29 nov 2011

Un pasado muy presente

"Un parque temático", "Un museo", "Parece que estás en Francia"... estas son algunas de las referencias que a lo largo del país había recogido a mi paso con otros viajeros. La tónica se repetía y la mayoría coincidían en sus opiniones cuando les preguntaba acerca de la ciudad de Luang Prabang. Un punto de vista generalizado que se cumplió nada más llegar.

Conocida como 'destino del buen gusto' esta encantadora ciudad de provincia se presenta al viajero como una burbuja que actúa como bálsamo reparador. Un compendio de encantos invadido literalmente por el turismo y no precisamente de bajo presupuesto, a diferencia del resto del país. Un hecho que no sorprende si tenemos en cuenta su innegable atractivo salpicado de detalles marcados por las tradiciones y la belleza artística hasta rozar el Síndrome de Stendhal.

 Foto: Danuta-Assia Othman

A pesar de que la época colonial hace décadas que dejó de acompañar a Luang Prabang bajo un estatus de protectorado, la huella francesa perdura y se expande más allá de su arquitectura refinada y su exquisita gastronomía. Y es que el centro histórico de esta pequeña península rodeada por el Mekong y el Nam Khan aparece totalmente engullida por un nuevo colonialismo que sucede con creces a sus antecesores bajo el antifaz del turismo.

Adentrarse por sus callejuelas invita a empaparse de unos exteriores que destilan el sabor afrancesado del savoir faire. Tan sólo el azafrán de las túnicas que se asoman aquí y allá nos recuerdan que estamos en una ciudad asiática. Bajo un programa de restauración y protección como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, la ciudad hace gala de un carácter epicúreo entregado a los placeres. El pulso del día a día discurre relajado entre bicicletas de paseo y mercados diurnos en una convivencia sin prisas. La baja densidad de población únicamente interrumpida durante la temporada alta, contribuye a configurar un ambiente calmado, idóneo para los amantes de un modo de vida reposado. Sus dimensiones de apenas 1 km de largo y 500 m de ancho, facilitan su desplazamiento e incitan a descubrirla a golpe de pedal mientras que los alrededores testimonian el verdor de un enclave geográficamente privilegiado.

 Foto: Danuta-Assia Othman

"La ciudad de los templos budistas" empieza a perder posiciones frente al gigante de la oferta hotelera que discreta y sutilmente se hace acopio de villas centenarias y casas coloniales ahora restauradas y reconvertidas en restaurantes y hoteles puerta a puerta, mires por donde mires. El ambiente bohemio de esta apacible joya del Sudeste Asiático viene precedido por el aroma a baguettes recién hechas que desprenden sus cafés de aires parisinos. Por cierto, solamente frecuentados por falangs (extranjeros). Las terrazas a ambas orillas incitan a pasar las horas vespertinas en el placer de la lectura con las coloridas barcazas de popa larga que recorren silenciosamente el río como telón de fondo.

 Foto: Danuta-Assia Othman

Foto: Danuta-Assia Othman

Las crónicas recuerdan el intento fallido por convertir al país en una importante vía de suministro y comunicación fluvial gracias a la madre de todas las aguas, el Mekong. La jugada, sin embargo, viró hacia un expansionismo del nacionalismo francés que a juzgar por los resultados, continúa a día de hoy. Pasen y vean.



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25 nov 2011

Una activista del pueblo Karen

En una remota aldea de la provincia tailandesa de Tak, el rostro de quienes lo habitan no pasa desapercibido al viajero. Cada día desde hace más de veinte años, este rincón fronterizo flanqueado por frondosas montañas de piedra caliza es testigo de un escenario levantado por la energía inagotable de una mujer que bien merece un reconocimiento. Un mérito ganado a pulso.

Se llama Tasanee Keereepraneed, tiene cincuenta y un años y media vida al entero cuidado del orfanato 'Safe Haven', situado en el poblado de Tha Song Yang, también conocido como Mae Tawo, a dos horas al norte de Mae Sot. 'Safe Haven' da cobijo y mucho más a unos cincuenta niños en su mayoría pertenecientes a la etnia karen. En un terrero de delicadas emociones resulta admirable la grandiosa labor que sin descanso ejerce esta mujer siempre sonriente. 

 Foto: Danuta-Assia Othman

La lucha por salir adelante se expande hacia otros caminos y deseos en los que el pueblo karen lleva peleando para conseguir la independencia de Birmania. Más de cinco décadas que han dejado entre sus víctimas a decenas de niños. Las historias componen un panorama que parecen no desgastar a esta defensora incansable del pueblo karen. Como resultado de un entorno constante de violencia, muchos de ellos quieren ser soldados. Unos impulsos compresibles que Tasanee se esfuerza por combatir a través de la educación que imparte no solo en las aulas que ella ha mismo ha construido sino también en cada gesto, en cada palabra, en cada afecto.

La experiencia ha curtido a esta mujer que domina dos dialectos karen, birmano, tailandés e inglés. Ahí es nada. La recompensa a este trabajo reservado solo para los mejores, viene en forma de abrazos y miradas que agradecen una y otra vez la oportunidad que han recibido. "Big Mum", así le reclaman desde los más pequeños hasta quienes ya están en plena adolescencia. A pesar de las diferencias, aquí cuidan unos de otros sin distinción dibujando una gran familia llena de matices y anécdotas.

Rodeado por una espesa jungla al arroyo del río Moei, las instalaciones del orfanato se amplian a buen ritmo alimentando la esperanza en cada paso. Las tareas se reparten a diario entre el corral, el huerto y la piscifactoría que gracias a la ayuda de la ong 'Colabora Birmania' comienzan ya a dar sus frutos. La jornada empieza bien temprano en este apartado paraje. Cualquier previsión se queda corta cuando se trata de atender a estos pequeños. Un hecho que parece no importale a Tasanee a juzgar por su tesón y perseverancia.
 
Con la ayuda de voluntarios y otras donaciones, Tasanee consigue permanecer a bordo de este viaje contra viento y marea. Cualquier avance enaltece su inabarcable fuerza por mejorar el futuro karen de las generaciones venideras. Un ánimo que conserva vital e imbatible y que todavía (por suerte) dará que hablar. Enhorabuena Tasanee. Te lo mereces, se lo merecen.

 Foto: Danuta-Assia Othman

Foto: Danuta-Assia Othman


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22 nov 2011

Laos, la gran tentación

El tiempo se detiene. El ritmo del viaje se ralentiza hasta acariciar un placentero letargo del cual resulta difícil desprenderse. Enigmático y bello, Laos se presenta como la gran alternativa indiscutible en este lado del globo. Un diamante en bruto todavía por explorar.

Para comprender la singularidad de este país conviene recordar un pasado reciente que lo ha mantenido apartado hasta hace bien poco. Y es que hasta 1953 Laos formaba parte de la Indochina francesa junto a Vietnam y Camboya. A este bagaje colonial le siguió una guerra asediada por los incesantes bombardeos y el posterior comunismo del Pathet Lao.

La vida en este apacible rincón del Sudeste Asiático transcurre entre la calma de unos lugareños que componen un rico mosaico cultural fuertemente influenciado por el budismo de rama theravada. Adentrarse en sus entrañas supone sumergirse en un mundo de otro tiempo donde la tranquilidad sale al encuentro del viajero. Un lugar privilegiado donde se antoja la languidez del tiempo.

El sentido de atemporalidad invade el camino entre carreteras que desconocen el asfalto y donde cualquier distancia se alarga hasta perder la noción del tiempo. Y es en este punto precisamente, donde reside el encanto de Laos. Pero no termina ahí. Pues el genuino paisaje que lo circunda sorprenderá a más de uno. Un hallazgo que se hace de rogar tras una espesa bruma que arrasa con todo hasta donde la vista alcanza.

Como otras tantas veces, el trayecto es tan importante o más que el destino. Este territorio dominado por las omnipresentes montañas, acopla un sistema fluvial que facilita los desplazamientos a través de los encantadores afluentes que sobresalen del mítico río Mekong. Navegar por sus aguas permite disfrutar de un lienzo dibujado por un perfil montañoso y punteado por aldeas y pueblos de variopintas etnias que superan el centenar, cada una con su propia cultura, creencias, idioma e identidad. Rutas y caminos que nos acercan a un enriquecedor patrimonio etnográfico de altura que difícilmente nos dejará indiferentes.

Foto: Danuta-Assia Othman

Pasar un tiempo al arrimo de sus gentes regala al viajero grandes momentos enfrascados bajo el carácter relajado y el gran sentido del humor de los laosianos. Sin duda, la porción más suculenta del trayecto. Un lugar idóneo para saborear el transitar el tiempo en una geografía que se desparrama y se exhibe imponente al viajero. Ingredientes que cautivan y prometen no defraudar para beneficio de quien quiera disfrutarlo. Un magnetismo cocinado a fuego lento.

 Foto: Danuta-Assia Othman


 Foto: Danuta-Assia Othman
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19 nov 2011

Historias de otros viajeros

A lo largo de los tiempos, toda clase de viajeros han avistado nuevas tierras atraídos por la idea del viaje. Un viaje acompañado siempre por la incertidumbre y no exento de riesgo. Los motivos varían en cada caso. A menudo, se tiende a pensar el viaje como sinónimo huidizo del desasosiego, un motor de impulso que consiga despertarnos de la monotonía para dejarse ir con los ojos abiertos al encuentro de lo otro que enriquezca lo propio.
Sin embargo, en el abanico de las razones encontramos un reducto de trotamundos que merecen especial atención. Esta es la historia de tres honorables viajeros que con gran entereza y valentía atravesaron las tierras de su país en busca de libertad. Unos inicios que comienzan desde la periferia en una travesía amenazada por el desconcierto del retorno.
Más que enriquecedor, el viaje se presenta aquí como puro exilio bajo un desamparo que endurece el camino. No sienta pie, no echa raíces. Conservan en su actitud el sentido de pertenencia a un lugar hastiado de tanta represión, Birmania.
Ashin Issariya, también conocido como King Zero es un monje birmano de 36 años. Pero no uno más. King Zero fue uno de los instigadores de la ‘Revolución Azafrán’ que tuvo lugar en el 2007 en Birmania.
Ha pasado tres años desde que King Zero llegara a Mae Sot (Tailandia) en octubre de 2008. Con gran precisión fruto de una memoria envidiable, nos cuenta los hechos de una vida entregada al activismo político y educativo. Atrás queda un largo camino recorrido de forma clandestina a través de las casi 16 librerías y centros educativos que abrió por todo el país. Algunas de ellas todavía permanecen abiertas. Muchos fueron los obstáculos que dificultaron su labor combativa. Un hecho que por contra no le ha restado un ápice de voluntad y tesón. “Cada uno tiene el deber y la responsabilidad de cambiar el sistema”, remarca con contundencia. Su vida como exiliado en Tailandia transcurre entre la docencia y la continuidad de su ardua tarea al frente de la política furtiva. Día a día, se ocupa de impartir conocimientos de informática, inglés, entre otros, a los alumnos que comparten un mismo pasado y que reciben cobijo y la posibilidad de una vida mejor fuera de Birmania.

Foto: Burma Voices 

Se llama Htiz Zaw, tiene 58 años y desde abril de 2009 reside en Tailandia. Este viajero forzado dedica su tiempo al ejercicio de la medicina general y a la psiquiatría en particular. Sus pasos retroceden hasta el día que, bajo una falsa acusación, fue arrestado por segunda vez ante una pena de 21 años de la que 5 largos años y 4 días más tarde se libraría. Un fatal desenlace que comenzó dos días después de regresar de Estados Unidos donde había finalizado sus estudios universitarios. Despojado de cualquier voluntad, el doctor Htiz Zaw pasó sus días como preso político al cuidado del hospital de la cárcel de Mandalay.
Sorprende la maestría de una vida perseguida sin razón. A día de hoy, divide su ocupación entre la clínica que regenta y el servicio altruista que cada fin de semana sin excepción proporciona a las comunidades rurales sin recursos donde viven centenares de inmigrantes birmanos.
Foto: Danuta-Assia Othman 

Conocido como ‘Headmaster’, este profesor de 32 años puso fin a su periplo en el 2006. Un arresto fue más que suficiente para dar carpetazo al asunto. Cansado de ser perseguido como disidente, se aventuró hacia tierras extrañas dejando atrás a una familia que todavía hoy aguarda su regreso. En este itinerario retrospectivo, los recuerdos permanecen indemnes ante el paso del tiempo. Unos recuerdos que todavía hoy duelen en sentido literal y figurado como secuela de las palizas que le propinaron en aquellos días.
“El balance tras estos últimos años es positivo”, afirma sonriente. El viaje hacia el exilio le ha proporcionado una nueva vida al frente de la escuela ‘Km 42’ donde enseña a más de 400 alumnos birmanos asegurándose que no caigan en las redes de la mano de obra barata. "El acceso a la educación es fundamental", comenta. “Solo así conseguiremos caminar sin descanso hacia un futuro de paz y desarrollo”.










Foto: Danuta-Assia Othman
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16 nov 2011

Un viaje más allá de la frontera

Llegué un buen día a la fronteriza localidad tailandesa de Mae Sot movida por la inquietud y la curiosidad de una ciudad que tiene la vista puesta en el país vecino, Birmania. A tan sólo 4 km, a menudo le asalta a uno la sensación incierta de no tener claro dónde se encuentra. Y es que Mae Sot posee un fuerte acento birmano marcado por unos rostros protegidos por la célebre pasta blanquecina del tanaka y una comida que se sitúa a medio camino entre la tailandesa y la birmana.

Unidos por el más que cuestionable 'Puente de la Amistad', las diferencias entre ambos países se diluyen componiendo un interesante panorama desde cualquier punto de vista. Tan cerca y a la vez tan lejos. Dos polos opuestos que discurren en paralelo en una frontera que nos acerca de manera efectiva a la realidad de un país, Birmania, dominado desde hace 50 años por una dictadura militar. Basta darse una vuelta por sus calles para comprender una situación, la del pueblo birmano, que ya dura demasiado tiempo amén de las atrocidades cometidas por su gobierno.

Foto: Danuta-Assia Othman

Dos caminos que viajan con todos sus colores por universos distintos. La ciudad medita arrinconada en las intenciones de tantos, en una convivencia que se esfuerza por acoger una realidad compleja donde la búsqueda de un futuro mejor se muestra prioritaria. Resulta llamativo. A pesar de las proporcionadas dimensiones de Mae Sot (fáciles de recorrer a pie en un mismo día) el rumbo del viajero se expande ya sin antifaz y camina entre aguas que enriquecen a cada sorbo. Un hervidero de culturas: thais, birmanos, chinos, karen, indios, nepalíes se dan cita a través de los locales y comercios de todo tipo que se hallan a lo largo de las dos calles principales de este lugar que cautiva y sacude a partes iguales.

Mae Sot sorprende al viajero y le obsequia con la extraña impresión de ser otro, diferente, dispuesto a emprender un viaje que va más allá de su fachada thai. Un recorrido que bulle de contradicciones. Un compendio de difícil catalogación que una y otra vez capta nuestra atención para dejarla en manos de un horizonte que aparece frente a nosotros: Birmania. Los alrededores testimonian la evidencia de que nos encontramos en un territorio siempre cambiante entre el trasiego de quienes se aventuran a cruzar las distancias. 

Una ciudad que pone a prueba y agita la relación entre el viaje y el viajero. Una implicación que trasciende cualquier visita de estilo costumbrista y que exige una aproximación pausada y por partes. No siempre surge la oportunidad de sumergirse en otro país desde su imagen reflejada. Un viaje capaz de difuminar fronteras y llevarnos más allá de ellas explorando las formas que adopta el viaje. Dejando de lado el mero desplazamiento y entregándonos al hallazgo de un rincón, Mae Sot, que ejerce de buen observador desde una posición privilegiada.

Foto: Danuta-Assia Othman
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13 nov 2011

Desde la otra orilla

Durante el mes de noviembre bajo una luna llena, las aguas del antiguo Reino de Siam se llenan de elaboradas ofrendas (krathongs) decoradas con hojas de banano, flores, incienso, velas y monedas. Por su parte, miles de linternas ascienden al firmamento dibujando una estampa mágica de altura que deslumbra e invita al asombro de quienes tienen la oportunidad de participar en esta espectacular puesta en escena. Se trata del 'Loi Krathong', más conocido como el Festival de la Luz, una de las festividades más importantes y emotivas de Tailandia.

Bailes, fuegos artificiales, desfiles, música en directo y puestos callejeros donde deleitarse con un buen bocado thai acompañan a esta ceremonia budista que tiene lugar a lo largo de todo el país. Ciudades como Chiang Mai, Tak, Sukkothai o Ayuttaya hacen las delicias de un ritual que cada año gana adeptos. Y es que Tailandia acopla en sus festivales una velada de corte espiritual y visual a partes iguales llamando la atención de agnósticos y foráneos.

Los matices marcan la tónica de unas celebraciones que varían en cada localidad. Así que puestos a buscar las diferencias, escojo un lugar distinto donde las emociones quedan pronunciadas por una frontera que divide realidades. Desde el retórico ‘Puente de la Amistad’ en Mae Sot y con la vista puesta en la otra orilla birmana, soy testigo de un singular acto que va más allá de la ofrenda o ‘krathong’. Y es que unos minutos en una destartalada lancha motora bastan para poner pie en un mundo que desconoce la palabra ‘democracia’. 

La fiesta comienza con el ocaso para dar paso a un cuadro cuyos personajes, para sorpresa de muchos, representan al pueblo birmano y no al tailandés. En una especie de vacío fronterizo, miles de birmanos cruzan ‘legalmente’ el río que les separa del país vecino. Unas horas, una noche en la que se convierten en los protagonistas de este festival no exento de rufianes y buscavidas que aprovechan la ocasión para llenarse los bolsillos. En un desfile en el que apenas cabe un alfiler, centenares de birmanos se agolpan en una angosta pasarela alcanzando una cifra que supera las 100.000 personas. Los viajes entre un lado del muelle y otro parecen no tener fin. Entre tanto, niños de todas las edades arriesgan su vida lanzándose al agua para recoger el dinero depositado en las ofrendas. Un hecho que no sorprende si tenemos en cuenta la precaria situación en la que viven.

 Foto: Danuta-Assia Othman

Foto: Danuta-Assia Othman

La noche avanza al son de desfiles tradicionales que miran fijamente al objetivo de quienes se apresuran a captar una instantánea. Todo es válido en una celebración donde parece tener cabida la esperanza de un futuro mejor lejos de las atrocidades de un gobierno militar. La multitud llega hasta al caos complicando cualquier intento por avanzar o dar un paso. Una situación idónea para detenerse en alguno de los muchos chiringuitos que ocupan las aceras de una carretera que discurre inacabable. Los hay para todos los gustos y apetitos en una galería cuyos aromas nos trasladan a la gastronomía birmana: desde sabrosos pasteles de plátano a las aromáticas sopas condimentadas con jengibre, coco o curry, pasando por un exótico salteado de saltamontes a modo de aperitivo.

Se acerca el final de una noche acariciada por la ilusión de miles de birmanos que, por un momento, gritan en silencio a través de las linternas que lanzan en un cielo cargado de anhelo y libertad.

Foto: Danuta-Assia Othman

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10 nov 2011

¿Eco-Trekking? No, gracias

Había leído que el antiguo reino de Siam estaba coronado por una región montañosa repleta de exuberantes bosques y habitada por singulares aldeas tribales haciendo de esta porción del país un suculento pedazo de índole cultural. Un lugar en el que además confluyen las influencias de Myanmar, Laos y suroeste de China. Todo un reclamo aparentemente irresistible para todo viajero que se precie.

El punto de partida, la apacible y encantadora Chiang Mai, bien merecía una visita. Así que, con lo leído me dispuse a averiguar los 'tesoros' que aguardaban a mi llegada. Unas horas después entre sinuosas y serpentantes curvas bastaron para poner pie en el norte del país. Conocida como 'la Rosa del Norte', la ciudad recibe al visitante entre el sosiego y la placidez de las callejuelas salpicadas por numerosos templos históricos y delimitadas por una muralla de estilo medieval que se remonta setecientos años atrás para combatir las invasiones birmanas. Un recorrido acariciado por temperaturas más frescas que permiten apreciar el peso de un magnífico patrimonio Lanna que envejece como el buen vino. Este despliegue de elaboradas fachadas que lucen mosaicos multicolores se ve enriquecido por una amplia variedad de galerías de arte amén de las cada vez más numerosas librerías. Una ruta absolutamente recomendable que se asienta en la zona moderna al noroeste de 'las cuatro paredes'.

Foto: Danuta-Assia Othman

Foto: Danuta-Assia Othman


Foto: Danuta-Assia Othman

Una realidad que, sin embargo, navega entre dos aguas ofreciendo al viajero una imagen descafeinada con un regusto próximo al desencanto. Y es que la otra cara de la moneda que ofrece Chiang Mai y alrededores poco o nada tiene que ver con la autenticidad vendida. La ciudad está abarrotada de agencias que se frotan las manos ante la afluencia constante de turistas. La competencia es feroz. Una situación que le confiere la denominación de capital oficiosa del norte de Tailandia. 

Para quienes se aventuren conviene armarse de paciencia pues la mayoría de agencias ofrecen el mismo producto enmascarado bajo el paraguas recurrente de 'Eco-Trekking' promoviendo una filosofía de turismo responsable. Un escudo de apellido marketiniano que consigue atrapar a muchos. Y es que el etnoturismo entre las tribus como los akha, hmong, karen o lisu se reduce a un puesto de venta de artesanía y souvenirs que espera impaciente la llegada de los forasteros ávidos por conocer las costumbres y quehaceres de estas minorías étnicas. Un chiringuito que asoma la paraeta en un espectáculo que baja el telón en cuanto se retoma el camino.

Atrás quedan los tiempos en los que esta región punteada por tribus pintorescas deslumbraron a quienes tuvieron la suerte de llegar primerizos. Los nostálgicos todavía están a tiempo de disfrutar un escenario que despierta entre mañanas neblinosas que dejan paso a una naturaleza que se exhibe arrebatadora. Por el momento.

 Foto: Danuta-Assia Othman
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6 nov 2011

Un encuentro delicioso

Sucede cuando menos te lo esperas. Llega sin llamar a la puerta y, sin embargo, te recibe con los brazos abiertos. La historia comienza donde la espontaneidad nace, fruto de una lluvia de fuerza monzónica donde el tiempo se detiene a la espera de poder continuar. Y en ese punto de inflexión de uno mismo fluye el encuentro entre dos desconocidos. Quizás tenga algo que ver que para algunos 'Melaka' viene del vocablo árabe mulagah: 'encuentro'. Así es como conocí a Valli Suppiah una tarde lluviosa de la que fuera capital del sultanato de Malacay.

Esta mujer de rasgos afables y mirada vital respira bondad y estrecha la generosidad siempre que puede. Forma parte de una comunidad que ocupa el tercer lugar de una sociedad pluricultural aunque, para sorpresa de muchos, nunca ha viajado a su país de origen: la India. Y, sin embargo, comparte un modus vivendi  donde solo cambia el decorado.

Sin apenas pestañear se muestra curiosa y cercana. Sonríe en cada cadencia. Da la sensación que nos conocemos desde hace tiempo. Tiene un aire cándido del que es difícil sustraerse. Sin preguntar, me va contando detalles de una vida dedicada a los demás y, ahora, por una tarde, a mí. Me siento afortunada por engrosar las filas de quienes han tenido la oportunidad de compartir su tiempo. Caminamos al son de sus palabras entre callejuelas que desprenden historia con sabor añejo. Entre confesiones hace las veces de cicerone orgullosa de mostrar los encantos de su ciudad. Ha pasado algo más de medio siglo pero a juzgar por su retina, no ha perdido el apetito. 

Llegamos al cenit cuando me dispongo a degustar un sinfín de sabores y texturas que gentilmente Valli me ofrece. Una buena forma, apostilla, para conectar con la realidad gastronómica de un país que respira curry en cada esquina. El festín comienza con la presencia del azúcar y el cardamomo mezclados ingeniosamente con el coco, la almendra, los anacardos o el agua de rosas. Bajo formas caprichosas, las papilas gustativas se apresuran al siguiente bocado. No es para menos. Un deleite que bien merece un extra de calorías, amén de la hospitalidad mostrada.Satisfecha, emprendemos de nuevo el camino ya oscurecido. Su bicicleta le espera.

Y es que lo más bonito de un viaje son las relaciones humanas que uno establece. Pero para ello hace falta quedarse y profundizar en el conocimiento de una nueva cultura, formas de ser diferentes y así poder llegar a la intimidad de las personas. Una muestra de la calidad humana de las gentes que desde hace siglos habitan las calles y rincones de Melaka. Hasta pronto Valli.

Valli Suppiah

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2 nov 2011

Más allá de Buda

Sentada en un café cualquiera en Bangkok tras una jornada recorriendo sus entrañas, surge la siguiente pregunta: ¿Hay vida artística más allá de Buda? La respuesta es afirmativa pero requiere esfuerzo y tiempo para lograr su hallazgo pues nos encontramos frente a un espectáculo disperso y a contracorriente. 

Es innegable que la columna vertebral de la iconografía artística en Tailandia sigue teniendo un rostro teológico. No en vano, el país acopla en sus geografías centenares de templos, dominando así el paisaje artístico de una sociedad declarada en su mayoría budista. Sin embargo, el reino de Siam está experimentando una transformación irrefutable de los paradigmas del arte moderno. La capital permanece expectante ante la apertura constante de nuevas galerías.

Un novísimo escaparate que todavía se muestra cauto y focalizado en su metrópolis. Frente al desafío cultural, surge una floreciente generación de artistas que, cada vez más, se alejan de los motivos tradicionales asociados al budismo y al mundo rural. No obstante, la falta de una infraestructura nacional que apoye iniciativas de carácter local dificulta este camino. El último esfuerzo de origen institucional es el Centro Cultural de Arte de Bangkok, más conocido como BACC. Con apenas cuatro años en funcionamiento, el Guggenheim de Bangkok representa un mecanismo vital para la progresión de la cultura contemporánea del país. En pleno corazón comercial, este cilíndrico espacio de grandes alturas (acoge nueve plantas) supone un paso hacia delante y facilita el acceso del arte contemporáneo al público en general. Un lugar idóneo para saborear qué se cuece en el vibrante panorama artístico tailandés. 


Explorando el clima artístico de la región, nos tropezamos con toda una prole de jóvenes artistas que están rompiendo las normas. Dispuestos a labrarse su propio camino representan el nuevo rostro de la sociedad moderna tailandesa. Corren nuevos tiempos. En este camino que ya cosecha aplausos en las bienales y trienales nos topamos con un colectivo artístico sorprendente. Se hacen llamar 'B.O.R.E.D' (Band of Radical Experiment Design). Toda una declaración de intenciones. Con un pie puesto en el décimo aniversario, este grupo formado por siete artistas multidisciplinares propone un nuevo concepto creativo a base de ideas frescas y nueva tecnología. Su campo de acción desfila desde la ilustración, el diseño gráfico hasta las instalaciones interactivas o las performances audiovisuales. Una nueva imagen artística que asume una gran variedad de medios de expresión en los que a menudo se mezclan tendencias internacionales. 

Foto: Wallpaper    

 Foto: B.O.R.E.D

Otros, como el emergente artista Chusak Srikwan rescatan el teatro de títeres de la región sureña para transmitir un mensaje  vinculado a los tiempos modernos con un acento marcado en la política y la sociedad actual. Suspendidos en el aire, estos móviles objetos de arte se contonean frente al espectador y parecen cobrar vida.


Foto: Danuta-Assia Othman

Dos ejemplos a seguir por quienes se aventuren a dibujar el mapa artístico de una ciudad que se apresura vertiginosa a formar parte de un escenario que pronto, muy pronto, dará que hablar en el horizonte artístico internacional. Permanezcan atentos.
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